jueves, 12 de noviembre de 2009

La mirada del Otro en Amelie: El goce del sentido y su constitución como sujeto femenino.


“…Pero te alcé en mis brazos y te clavé a mis besos y te miré como jamás volverán a mirarte ojos humanos” Pablo Neruda.

Miradas… Acciones casi invisibles, y de tan poca persistencia en el tiempo, que muy pocos diríamos que algo tan apenas significativo como un simple movimiento ocular y un par de parpadeos, pudieran provocar tal variedad de impactos significantes en cualquier persona de a pie.
Cuando somos niños planea sobre nosotros la búsqueda de una mirada de aprobación que afiance aspectos emergentes de una personalidad en desarrollo, y que a su vez contenga tintes de “que orgulloso estoy de mi hijo”. Con el tiempo la búsqueda se vuelve más amplia y al orgullo y la aprobación se le unen miradas adolescentes que rehuyen ser vistas, por miedo a que desvelen sus verdaderos sentimientos, u otras que sin querer se encuentran entre sí pero que callan, por temor a lo que puedan decir las palabras.
Pero no todo son búsquedas de la mirada perdida; a veces se encuentran otro tipo de ellas: Una mirada ausente, a la que no han mirado nunca; otra que con la cabeza alta, escote y mucho maquillaje se esfuerza por ser mirada y remirada; o algunas miradas de cabeza gacha y que caminan lento por la calle preguntándose si mañana será mejor o distinto.
También por otra parte como un día bien dijo Benito Pérez Galdós: “Con los ojos se ven muchos disparates, lo cual indica que ese órgano tan precioso sólo sirve para desfigurar las cosas”; y muchos más disparates se verán si con esos globos oculares que dios y nuestros genes nos han dado, sólo miramos hacia dentro o hacia nosotros mismos y nada más, corriendo el peligro de quedarnos ciegos o de sacar los ojos a unos cuantos.
Cuando miramos hacia fuera y ponemos nuestra vista más allá de los que nuestros ojos puedan ver, a veces éstos se encuentran con otros dispuestos a vernos y a observarnos con miradas de cariño, de aceptación y de “miro más allá de ti y de tus circunstancias”.
La mirada del “Gran ojo” que de vez en cuando nos mira es una mirada genuina y altruista, que nos brinda la oportunidad de pasear libremente ante sus ojos del modo que nosotros queramos, pues él pase lo que pase estará ahí para mirarnos y para guiarnos en nuestra particular autopista hacia el cielo.
Creo que la película de Amelie refleja muy bien el proceso en el que los ojos comienzan a ver más allá de sus narices y se posan en las necesidades de los otros y en el otro en su totalidad, y no en ilusiones ópticas que sólo perturban aun más la mentira de las imágenes.
Por ello pasaré a resumir cual es la historia y “el fabuloso destino de Amelie Poulain”:



Amelie no es una chica como las demás, durante su infancia fue una niña muy despierta e inteligente, pero por circunstancias de la vida tuvo que refugiarse en su mundo imaginario, en el que los discos de vinilo se fabricaban como los crêpes, y en el que la vecina de la casa de al lado lleva años en coma porque ha decidido pasar durmiendo el resto de lo que le queda de vida. Ante la muerte de su madre, su padre poco atento y comunicativo de por sí, se repliega mas si cabe sobre sí mismo, dedicando gran parte de su tiempo a construir el mausoleo que albergue las cenizas de su fallecida esposa.
Amelie se refugia de este modo más aun en su mundo imaginario, hasta que con dieciocho años deja su casa para vivir de forma independiente.
El 29 de Agosto de 1997 sucede algo que dará un vuelco a la vida de Amelie: Encuentra tras una baldosa del piso en el que lleva cinco años viviendo una cajita de metal, con objetos que parecieron pertenecer a un niño que allí vivió en los años cincuenta. Sólo el descubridor de la tumba de Tutankamón podrá entender cómo se sintió ella en ese mismo momento. Con ello Amelie se propone encontrar al dueño de tan valioso tesoro, para intentar de algún modo cambiarle la vida al devolverle parte de sus recuerdos.
Tras la realización de esta hazaña, algo ocurre en la vida de Amelie, planteándose un claro objetivo: ayudar a los demás, a los que están cerca de ella, para intentar hacerles más felices en la medida de lo posible; todo ello de forma altruista, de modo que los agraciados jamás sospecharán que es ella la que se encuentra detrás de esa suerte inesperada.
En preciosas palabras textuales de la película: “Amelie tiene de repente la extraña sensación de estar en total armonía consigo misma. En ese instante todo es perfecto, la suavidad de la luz, el ligero perfume del aire, el pausado rumor de la ciudad… Inspira profundamente y la vida le parece ahora tan sencilla y transparente que un arrebato de amor parecido a un deseo de ayudar a toda la humanidad le invade de golpe”.

Amelie perdió pronto a su madre. Creo que lo que más le dio consistencia como sujeto cuando era niña fue la evocación imaginaria de alguien, Otro que solo existiera en el mundo ilusorio que ella misma había creado, y que con su presencia inexistente y su mirada incondicional le sostuviera, le guardara, le protegiera y le ayudara a constituirse como sujeto. Por ello creo que el objeto mirada es fundamental en esta película y más en concreto en su protagonista: Amelie realiza todas sus buenas acciones de forma totalmente altruista y anónima, no busca atención ni reconocimiento de los otros, sino que busca ser mirada por ese Otro que ella misma creó, ese tesoro de significantes, donde se encuentran todas las respuestas, que soporta la falta de Amelie en la medida en que ella le entrega parte de su ser para llenarla.

Pero por el camino de la vida, y más en concreto en el que conduce al apartamento en el que vive, se le cruza una persona que encarna y hace tomar cuerpo a ese Otro de su mundo ilusorio particular. Así aparece el señor Difauyel, el hombre de cristal, un anciano con una enfermedad degenerativa de los huesos, al que un simple apretón de manos podría destrozarle los metacarpos, y que establece con la protagonista una profunda relación de amistad con tintes paternales y cuasi-terapéuticos. Él se convierte en su confidente, en la persona que la observa, que la mira desde su apartamento sin que ella se percate de ello y que es capaz de darle respuestas y de ayudarle a salir de su mundo infantil particular para afrontar la realidad.
Resulta curiosa la forma en la que este personaje interviene e interactúa con Amelie, ya que él se refiere a ella, hablándole sobre una muchacha que aparece en el cuadro de Renoir El almuerzo de los remeros, cuadro del que él realiza cada año una copia desde hace veinte años. Le cuesta pintar la mirada de esa muchacha, de la chica del vaso de agua, ya que aunque está rodeada de mucha gente, parece como ausente, como cobijada en su propio mundo.
Así le comenta a Amelie: “Lo más difícil de pintar son las miradas. A veces me parece que cambian en cuanto me doy la vuelta. La que más me cuesta es la de la chica con el vaso de agua. Está rodeada de gente y sin embargo parece como ausente. Puede que se sienta diferente a los demás y que de pequeña no jugara con los demás niños. Quizá nunca jugó”

Pienso que el hecho de que Amelie encuentre al señor Difauyel, entre otras cosas le ayuda a ponerse en camino hacia el establecimiento de una relación amorosa. Él es ese puente que ella necesita para salir de su narcisismo y partir hacia el encuentro con el otro. Por ello creo que sus interacciones con Amelie son dignas de comentar y mencionar:
En la siguiente interacción ella le sugiere que la muchacha del vaso de agua puede estar interesada en un chico que ha conocido y con el que se cruzó, pero con el que duda si entablar relación, a lo que él señala: “Osea que ella prefiere imaginar una relación con alguien ausente, que tener una relación con los que están a su lado”
Mas adelante cuando él le pregunta sobre el chico que supuestamente ha conocido la chica del cuadro de Renoir, la muchacha del vaso de agua, a lo que Amelie responde que cree que quizá no les gusten las mismas cosas, éste le dice: “la suerte es como el tour de Francia, lo esperas todo el año y luego pasa rápido. Las oportunidades hay que atraparlas deprisa, sin dudar”.
Y más adelante: “¿está enamorada de él? Entonces ha llegado el momento de que se arriesgue de verdad.
Y por último, en la escena final, en la que de nuevo Amelie huye de la realidad y de entregarse a Nino, el señor Difauyel, le deja en su casa un vídeo con un mensaje, gracias al cual, se encuentra por fin con Nino: “Mi pequeña Amelie, si dejas pasar esta oportunidad, con el tiempo tu corazón se volverá seco y frágil. Tú no tienes los huesos de cristal. Podrás soportar los golpes de la vida. Anda ve por él”.

Cambiando de “registro”, al pensar sobre lo que buenamente he creído aprender sobre los tipos de goce soportables por el sujeto descritos por Lacan, he visto en mi querida Amelie sobre todo goce del cuerpo y goce del sentido:
El goce del cuerpo tiene lugar cuando el objeto hace semblanza desde lo simbólico y apuntaría directamente a la cuestión de la feminidad. Es decir el goce de la mujer apunta al Gran Otro de los sentidos y de las respuestas, y esto precisamente es lo que buscaba Amelie y lo que le lleva a realizar sus buenas acciones. De esta manera, en la medida en que realiza esas acciones simbólicas, ella se refuerza como sujeto, y como sujeto femenino, en la medida en que su goce está más allá de lo fálico, apuntando al Gran Otro, a ese Otro que ella creó y que tomará cuerpo en el señor Difauyel, y que con su mirada la sostiene como mujer y como sujeto. Así, en tanto que ella se identifica con la imagen de una mujer, que realiza buenas acciones, y a la que el Otro mira (como Teresa de Calcuta, de la que Amelie aparece “disfrazada” en la película), Amelie dirige sus acciones a ser como ese yo ideal que se ha marcado.
El goce fálico, que aparece cuando el objeto hace semblanza del a en lo imaginario, creo que no se ve demasiado claro en la película, pero bueno, puestos a imaginar, quizá yo lo vería relacionado con Nino, el chico del que ella se enamora. Él es un chico que ella desea, y del que ella se enamora al ver en él alguien parecido a ella, es decir, en él se ve a sí misma, ve sus carencias, su falta de amor, y que en la infancia al igual que ella, era distinto a los demás y deseaba poder haber tenido un hermanito.

Pero creo que en la protagonista, sobre todo se ve el goce del sentido, en el que el objeto a es hecho presentación desde el registro de lo real. Siguiendo mi intento de entender a Lacan, el goce del sentido está de nuevo asociado a la mujer, y pone al hombre a buscar sentido: Amelie sin duda pone a Nino a buscar sentido, a través de sus ingeniosas ideas para que él descubra quien es ella, porque Amelie no se presenta sin más a Nino, no le devuelve sin más su álbum de fotos de fotomatón de desconocidos, eso se llamaría afrontar la realidad. Una vez más Amelie hace que Nino sea partícipe de su mundo simbólico, y que se introduzca en él, dejando así que él sea quien la descubra a ella.
Ese goce del sentido creo que también se ve en la realización de sus buenas acciones dirigidas a los otros, en ese ir más allá de sí misma y de sus intereses y de vivir para el otro, lo que le hace encontrarse consigo misma.

Bueno creo que a estas alturas sobra decir que algo de mi yo real y de mi yo ideal se identifican con Amelie, razón por la que esta película haya sido vista por mi, creo que ya nueve veces, y por la que disfruto tanto cada vez que la veo. Pero aun hay otra razón, y es que cada vez que la re-visiono descubro algo que se me había escapado, algo metafórico de alguna acción de Amelie de lo que anteriormente no me había percatado.
Así por ejemplo en uno de mis últimos visionados de la película, descubrí que antes de realizar una hazaña, a modo simbólico ella cogía una piedra del lugar en el que se encontraba, y la guardaba en su bolsillo junto a otras piedras que había ido acumulando; pues bien, al final de la película, las arroja una a una al Sena, como señal de que ya había realizado cada uno de sus cometidos. De esta forma Amelie hace un pasaje hacia la simbolización, ya no necesita conservar la muestra que le da consistencia imaginaria a sus acciones. Al desprenderse de él, el objeto puede circular. Hasta aquí había una primacía de lo imaginario.
Y qué decir de su artimaña del gnomo del jardín de su padre, que se va a recorrer mundo, hasta que un día vuelve a casa, y gracias a lo cual, el padre de Amelie sale de su ensimismamiento y decide ir por fin de viaje y recuperar un poco de entusiasmo por la vida. Cumple así un ideal histérico: sostiene el deseo del otro gracias a su amor sacrificado.

“El increíble destino de Amelie Poulain” son 122 minutos que no dejan indiferente; es una película distinta a las demás al igual que Amelie era distinta a las demás, y gracias a la cual el que más “goza” sin duda es el espectador. Y goza precisamente porque la mirada en su vertiente constituyente, recorre los objetos construye escenas…pasando el espectador a formar parte de la escena de la película: Amelie es mirada por ese Otro, pero en la medida en que nos identificamos con ella y somos ella en la película, pasamos a ser nosotros los mirados, igual que sucede con la admiración de una obra artística, en concreto una que creo que refleja muy bien de lo que estoy hablando, Las meninas de Velásquez. La persona que observa el cuadro se coloca en el punto de mira del propio Velázquez que aparece en la pintura, retratando no se sabe muy bien a quién. Aunque los libros de Historia del Arte hablen de que los retratados en este caso son los reyes, porque aparecen reflejados en el espejo del fondo, creo que ésta es una opinión errónea: El que observa la obra de Velázquez no solo mira su mirada, sino que al volverse mirada se vuelve objeto. De este modo el espectador que se ha dispuesto a mirar queda atrapado en el cuadro, y es así porque él y sólo él es el mirado y retratado por Velázquez; él y sólo él es el protagonista de la escena pictórica, y así será para la posteridad.
Lo poco que he podido entender de Lacan, me ha hecho “mirar” a Amelie de diferente manera, y me ha ayudado a reparar en la importancia de la mirada del otro; no en la mirada que mira y no ve, sino en la que mirando ve.
Espero que el bonito mensaje de la película, al igual que el secreto de las meninas, no pase inadvertido a la posteridad: gocemos con la ayuda al otro, y hagámonos parte de su historia, de nuestra historia, de la humanidad en su conjunto y de la trascendencia de sus buenas obras.


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